domingo, 3 de agosto de 2008

El hada y el árbol

---Sus alas eran enormes. Enormemente azules. Tenían líneas rojas mezcladas con lunares bancos, pero en su totalidad eran azules. Azules como el mar, como el cielo azul, azul francia, azul eléctrico…simplemente azul en todas las variedades que el azul puede tener.
---Un cuerpo esbelto, con la figura bien marcada. Las curvas muy definidas. Delantera exuberante, cubierta sólo con un gajo de tela blanca, que en algún tiempo fue un vestido pomposamente elegante, brillosa, sedosa, tersa…parecía formar parte de su piel, estaba como encarnada…hecha carne. Estaba ahí y cumplía a la perfección su rol de cubrir, pero parecía no estar y dejar todo al descubierto. Formaba parte de ella.
---El jirón de tela blanca, encarnada, se ataba en su espalda con un nudo casi invisible, y dejaba caer sus extremos hasta la cintura. Colgaban ambas puntas con una elasticidad propia de la seda, aunque en realidad no era seda…o si lo era, no se notaba debido al paso del tiempo. Caían desde ese nudo etéreo, imperceptible, de forma tan natural que a veces se mezclaban con el cabello…sobre todo si lo llevaba suelto.
---Un , grandísimamente largo, manto color dorado salía desde su cuero cabelludo y se extendía durante 11 largos metros, enroscados en una trenza sin final aparente que culminaba en un lazo de color blanco nube de algodón. Tenía la suavidad de la felpa, y la caída de la lluvia de verano. Como todo en ella, era tan normal que parecía formar parte de un todo sin divisiones. Cubría ampliamente su frente, la totalidad de su ojo derecho, pasaba por sus hombros y formaba una fina línea en su espalda cayendo, en su culminación, por los suelos.
---La espalda era larga…muy larga. Pequeña en ancho. Era un deleite mirarle la espalda. La piel suave…del color de un durazno inmaduro. Se percibían en ella muy leves levantamientos, cercanos uno del otro, formando una línea larga y delgada que delimitaba y denotaba su postura. Comenzando desde el cuello, y terminando en la cadera, la columna y la contextura eran perfectas.
---Un rostro privilegiado. De aquellos que solo puede envidiar Marylin Monrroe. Tenía el colorete incluido en las mejillas. Jamás usaba maquillaje. Las pupilas negras y grandes, formaban un perfecto círculo concéntrico con el azul de su mirada. Un azul soberanamente parecido al de sus alas. Nariz pequeña y respingada, exactamente respingada, naturalmente respingada. Separaba perfectamente alineados a los dos ojos enormes, a su mirada de niña triste. En relación con su cabello, las pestañas eran largas y doradas. Poseía solamente las del párpado superior.
---Labios rojo carmesí. Un carmesí natural, no importado de Loreal. Eran pequeños pero carnosos, bien definidos. La pulcra comisura del labio superior le daba a su boca la apariencia de aquellas muñequitas de porcelana coleccionables. Sobre ellos del lado izquierdo se dejaba ver absolutamente descarado un lunar, negro azabache…oscuro, con una prominencia impresionante debido a lo tierno de su piel y lo claro de sus cabellos.
---Piernas, que más que piernas eran esculturas. Comenzando desde los pies, perfectamente cuidados y acicalados todos los días. Si se pintaba las uñas, fue algo que jamás pudo evitar. Sus tobillos median exactamente la vuelta que sus manos permitían dar alrededor de ellos. Las pantorrillas concretadas, fuertes, resistentes de tanto andar. Estaba descalza. Parecía nunca terminar de recorrer con la vista sus piernas de flamenco.
---Una tela cortada en forma de short, desgajada por los años y el trajín de los bosques, culminaba mi visión. Como era de suponerse, también era de color blanco…blanco como la leche. Símbolo de su pureza. Pureza del alma, virgen, bondadosa. Alma repleta de cariño.
---Cuando la encontré yacía al pie de un árbol viejo como ella. Increíblemente ambos conservaban su juvenil belleza. Implacable el paso de los años. Imperceptible en los cuerpos del hada y del árbol.

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